Sobre CRÓNICA DE MEDIOCRES

Lo he llamado Crónica de Mediocres porque creo que la mediocridad es una de las palabras que mejor definen el momento en el que vivimos. La vida pasa deprisa, las oportunidades también y entre ambas dos no hay tiempo para mejorar nada, es más, lo mejor penaliza, no se compra, la calidad se desprecia.

He elegido esta foto porque de alguna forma refleja lo antedicho, primero porque está algo borrosa, no se ve con claridad, y segundo porque para mi, esa araña es la representación de la mediocridad y su tela es el entramado en el que los mediocres caerán, caeremos, y desde la cual impedirá que escapemos, sólo unos pocos conseguirán salir, seamos nosotros.

Espero que os guste y para hacerlo más atractivo, podéis dejar vuestros comentarios picando en el título de cada entrada.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Crónica de Mediocres 67


 
Lhardy: histórico cocido

Agradable, pasamos un momento muy agradable, comíamos un grupo de amig@s y el equipo de Lhardy se encargaba de que nos sintiésemos tan a gusto, que no teníamos ninguna prisa en irnos, casi dos horas y media allí estuvimos.

Desde el principio apreciamos que la cosa iba a ir muy bien, nos recibió un orondo portero que amablemente nos saludó, nos franqueó la entrada y nos indicó que debíamos de tomar la escalera que se abría a la izquierda y por la que deberíamos subir a la primera planta, ¡allá vamos!, dijimos.

Según alcanzamos la escalera, con una preciosa barandilla, sonó un timbrazo, chivatos me dije, llegábamos casi al primer piso cuando salieron a recibirnos, lo típico: nombre…, ¡ah sí!, por aquí. Seguimos los pasos de nuestro anfitrión y nos llevo a un pequeño salón, el japonés, apenas cinco mesas, la nuestra, éramos seis, creo que era la más grande, redonda, cómoda, con buenas sillas, bien vestida y dispuesta a recibir las viandas a las que estábamos deseando meterles el diente.

Enseguida nos trajeron una buenísimas aceitunas y unas cuantas nueces de mantequilla, además de unas croquetas de fina masa, para ir haciendo boca; que si les apetece un aperitivo, cerveza, vino, vermout, etc, y enseguida  nos tomaron la comanda, rápida y simple, cocido para casi todos, solamente uno de los comensales, por prescripción médica, prescindió del que puede ser el menú estrella de este afamadísimo restaurante. Pero como todo no es cocido en ese santuario, un minimalista panaché de verduras, en su punto, y unos chipirones en su tinta acompañados de un simple, pero excelentemente cocido, arroz blanco, fueron suficientes para consolar al que renunció a la sopa, los garbanzos y demás ingredientes de la más madrileña de las elaboraciones culinarias de la capital.

Bueno, que no he hablado de que la cubertería, vajilla, cristalería y demás elementos de sobremesa se encontraban en un muy buen estado de uso, el pan superior y, como si estuviésemos en pleno desierto, se nos sirvió agua, como signo de bienvenida.

Mientras se espera la llegada del suministro, se echa un vistazo a la sala, sin mucha fijación, ya que el que esto escribe no se precia de ser un minucioso observador cuando la decoración es el tema dominante. Sí puedo decir que nos encontrábamos en un comedor de época, iluminado por la luz que entraba desde un par de balcones y unas cuantas lámparas acordes con la antigüedad del lugar, una de ellas procedente o inspirada en las del lejano oriente. Decorado con elementos variados, el salón está bien conjuntado, nada sobrecargado y tanto los recubrimientos de las paredes como las cortinas y visillos que tamizan la luz exterior te retrotraen a las mansiones de esas películas costumbristas protagonizadas por gentes de clase medio alta.

Estábamos comentando acerca del lugar cuando llegó la primera parte del menú, la sopa del cocido, deliciosa, con sus fideos y picadillo de jamón, nada grasienta, sabrosa y apetecible, ninguno de los comensales repitió, la prudencia por lo que aún quedaba por venir, reprimía. Para continuar, garbanzos y carnes, de ave y de res, complementado con las rebanadas de pelota de carne y con salchichas. Los garbanzos en su punto justo de cocción y habiendo absorbido la sustancia que emana de tanto ingrediente. El plato quedó complementado con la verdura, concretamente repollo, chorizo, morcilla y tocino. Como acompañamiento nada mejor que vino, riojano para más señas.

El servicio excelente, agradables, muy positivos y haciendo que nos sintiésemos francamente bien, atentos a todos los detalles, sonrientes y preocupados para que no nos faltase lo más mínimo. Nada que ver con esos sitios en los que te atienden personas con la cara acartonada, inexpresiva y hasta ofensiva.

Con los postres sí que hubo unanimidad de grupo, los seis tomamos un soufflé que, todo hay que decirlo, nos fue ofrecido y fue aceptado al principio de la comida. Un postre ligero, necesario para ayudar a digerir la legumbre la verdura y las carnes: helado de vainilla sobre bizcocho y todo generosamente cubierto de merengue ligeramente tostado.

Para finalizar café e infusiones acompañados de trufas de chocolate, yemas y un digestivo, una comida redonda.

Repetiremos, sí, con total seguridad, uno de nosotros, en esta ocasión no pudo saborear el plato estrella y eso hay que corregirlo. ¿Volverá a fallar alguno de los comensales la próxima vez?, en su momento se vera.

JC

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