Lhardy:
histórico cocido
Agradable, pasamos un momento muy
agradable, comíamos un grupo de amig@s y el equipo de Lhardy se encargaba de
que nos sintiésemos tan a gusto, que no teníamos ninguna prisa en irnos, casi
dos horas y media allí estuvimos.
Desde el principio apreciamos que la cosa
iba a ir muy bien, nos recibió un orondo portero que amablemente nos saludó,
nos franqueó la entrada y nos indicó que debíamos de tomar la escalera que se
abría a la izquierda y por la que deberíamos subir a la primera planta, ¡allá
vamos!, dijimos.
Según alcanzamos la escalera, con una
preciosa barandilla, sonó un timbrazo, chivatos me dije, llegábamos casi al
primer piso cuando salieron a recibirnos, lo típico: nombre…, ¡ah sí!, por
aquí. Seguimos los pasos de nuestro anfitrión y nos llevo a un pequeño salón,
el japonés, apenas cinco mesas, la nuestra, éramos seis, creo que era la más
grande, redonda, cómoda, con buenas sillas, bien vestida y dispuesta a recibir
las viandas a las que estábamos deseando meterles el diente.
Enseguida nos trajeron una buenísimas
aceitunas y unas cuantas nueces de mantequilla, además de unas croquetas de fina
masa, para ir haciendo boca; que si les apetece un aperitivo, cerveza, vino,
vermout, etc, y enseguida nos tomaron la
comanda, rápida y simple, cocido para casi todos, solamente uno de los
comensales, por prescripción médica, prescindió del que puede ser el menú estrella
de este afamadísimo restaurante. Pero como todo no es cocido en ese santuario,
un minimalista panaché de verduras, en su punto, y unos chipirones en su tinta
acompañados de un simple, pero excelentemente cocido, arroz blanco, fueron
suficientes para consolar al que renunció a la sopa, los garbanzos y demás
ingredientes de la más madrileña de las elaboraciones culinarias de la capital.
Bueno, que no he hablado de que la
cubertería, vajilla, cristalería y demás elementos de sobremesa se encontraban
en un muy buen estado de uso, el pan superior y, como si estuviésemos en pleno
desierto, se nos sirvió agua, como signo de bienvenida.
Mientras se espera la llegada del
suministro, se echa un vistazo a la sala, sin mucha fijación, ya que el que
esto escribe no se precia de ser un minucioso observador cuando la decoración
es el tema dominante. Sí puedo decir que nos encontrábamos en un comedor de
época, iluminado por la luz que entraba desde un par de balcones y unas cuantas
lámparas acordes con la antigüedad del lugar, una de ellas procedente o
inspirada en las del lejano oriente. Decorado con elementos variados, el salón
está bien conjuntado, nada sobrecargado y tanto los recubrimientos de las
paredes como las cortinas y visillos que tamizan la luz exterior te retrotraen
a las mansiones de esas películas costumbristas protagonizadas por gentes de
clase medio alta.
Estábamos comentando acerca del lugar
cuando llegó la primera parte del menú, la sopa del cocido, deliciosa, con sus
fideos y picadillo de jamón, nada grasienta, sabrosa y apetecible, ninguno de
los comensales repitió, la prudencia por lo que aún quedaba por venir,
reprimía. Para continuar, garbanzos y carnes, de ave y de res, complementado
con las rebanadas de pelota de carne y con salchichas. Los garbanzos en su
punto justo de cocción y habiendo absorbido la sustancia que emana de tanto
ingrediente. El plato quedó complementado con la verdura, concretamente
repollo, chorizo, morcilla y tocino. Como acompañamiento nada mejor que vino,
riojano para más señas.
El servicio excelente, agradables, muy
positivos y haciendo que nos sintiésemos francamente bien, atentos a todos los
detalles, sonrientes y preocupados para que no nos faltase lo más mínimo. Nada
que ver con esos sitios en los que te atienden personas con la cara acartonada,
inexpresiva y hasta ofensiva.
Con los postres sí que hubo unanimidad de
grupo, los seis tomamos un soufflé que, todo hay que decirlo, nos fue ofrecido
y fue aceptado al principio de la comida. Un postre ligero, necesario para
ayudar a digerir la legumbre la verdura y las carnes: helado de vainilla sobre
bizcocho y todo generosamente cubierto de merengue ligeramente tostado.
Para finalizar café e infusiones
acompañados de trufas de chocolate, yemas y un digestivo, una comida redonda.
Repetiremos, sí, con total seguridad, uno
de nosotros, en esta ocasión no pudo saborear el plato estrella y eso hay que
corregirlo. ¿Volverá a fallar alguno de los comensales la próxima vez?, en su
momento se vera.
JC
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