Políticos del siglo XIX, ¡dónde estáis!
Decía Loquillo el otro día, lo vi y oí en televisión,
que los políticos que tenemos, son del siglo XIX. No estoy de acuerdo con él;
del sentido de la responsabilidad que tenían los políticos en aquel siglo es de
lo que precisamente adolecen los que actualmente tenemos. Y ese sentido de responsabilidad diferencia a
un buen político de uno mediocre, por no decir malo. Otra de las cualidades de
los políticos decimonónicos era la lealtad a los ciudadanos; esa lealtad, los
políticos de hoy sólo la mantienen para con sus bolsillos. Sí puedo estar de
acuerdo con Loquillo, si a eso se refería, en que la distancia entre la clase
política y los ciudadanos que los mantenemos, cada vez es mayor.
Nuestros políticos, los actuales, estos que mangonean
hasta dejarnos sin gota de sangre, han entrado en el siglo XXI a la velocidad
de la luz, quieren estar por delante de todos nosotros, tres, cuatro, cinco,
seis metros, o kilómetros mejor, quieren adelantarse a todo y a todos, el que
da primero da dos veces y siempre buscan la forma y la fórmula para dar con
algo nuevo con lo que dar primero y así, entre golpe y golpe, nos tienen
desorientados y ya sabemos que la desorientación no deja reaccionar, al menos
de una forma racional y coherente, con lo que es probable que volvamos a
recibir.
Y para continuar en ese delirante masoquismo, los
electores, entre los que no me incluyo, les dan más confianza, es decir
afianzan, a aquellos que han estado involucrados en dudosas relaciones, con
dudosos empresarios, que con una preocupante
desvergüenza han conseguido
incrementar sus patrimonios, en unos órdenes de magnitud que ni el mismísimo
Rockefeller, el paradigma de la máquina de hacer dinero, hubiera imaginado.
Puedo comprender la candidez de los muchos votantes
que todavía quedan, aquellos que se aferran a una pretendida sensación de
control en la conformación de los distintos órganos que en diferentes niveles
nos gobiernan, pero lo que no alcanzo a asimilar es el hecho de ver como se
premia al que ha pecado, o al que supuestamente ha pecado.
Una buena medida profiláctica, casi quirúrgica y sobre
todo preventiva, sería dejar sin ningún tipo de representación, a aquellas
listas que hayan tenido el dudoso acierto de incluir a personas que han sido o
están siendo objeto de investigación por posibles delitos de corrupción.
En España la justicia no existe, o es extremadamente
lenta, por lo que los ciudadanos no pueden cerrar los ojos y permitir que
perduren elementos que han demostrado total desprecio y aprovechamiento, para el
propio lucro, del régimen democrático.
Como siempre, lo antedicho son sólo opiniones, espero
no molestar a nadie.
JC
Publicado el 13 de junio de 2011
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